No man is an island: ecos de #AIETI6

«All mankind is of one author, and is one volume; when one man dies, one chapter is not torn out of the book, but translated into a better language; and every chapter must be so translated. […] No man is an island, entire of itself; every man is a piece of the continent, a part of the main».
–J. Donne, Meditation XVII

Acabo de regresar de Las Palmas, donde se ha celebrado el 6.º Congreso Internacional de AIETI, la Asociación Ibérica de Estudios de Traducción e Interpretación. Y he vuelto a tierras godas con fuerzas renovadas, y no solo por el enclave privilegiado y el mimo con el que nos acogieron los organizadores del evento, sino, sobre todo, por la riqueza de las conferencias y paneles que lo dotaron de contenido.

Llego de Gran Canaria con la convicción de que si las asociaciones profesionales son muy necesarias para no desorientarnos en el ejercicio de nuestro trabajo, las académicas son imprescindibles para el avance de la disciplina. AIETI acaba de cumplir diez años de vida y todo apunta a que, una vez se ha consolidado, va a seguir creciendo, tal vez sin prisa pero sin pausa.

Traducimos desde el Sur

Personalmente, ha sido un privilegio poder conocer a mis «abuelos», los profesores de mis profesores, y me ha emocionado ver en la asamblea a tres generaciones de docentes e investigadores compartiendo esperanzas e inquietudes.

Me ha alegrado también poder desvirtualizar a gente con la que hasta ahora solo había tenido contacto por Twitter o por Facebook, como Eugenia (@earres) o Jennifer (@ligeis) y poder ver que, más allá de constatar que la cosa está mu mala para el investigador, se puede y se debe buscar soluciones, aun cuando los cauces en que se enmarquen puedan parecer poco ortodoxos. Ha sido todo un chute de energía la mesa redonda sobre las tácticas de guerrilla para el investigador 2.0. Contad con mi hacha.

Impagables, también, los paneles sobre didáctica: suscribo plenamente la opinión de la Dra. Susan Cranfield respecto a la necesidad de replantearse la estructura actual de las competencias en el currículum de los grados en TI… y me consuela ver que los problemas de producción en L2 son similares en los estudiantes de la UVigo y en la ULPGC: el trabajo de la profesora Heather Adams me va a permitir, si tengo la oportunidad de volver a impartir docencia en interpretación, pulir algunos aspectos de la secuencia de aprendizaje.

¿Qué decir del panel de cognición, que era el núcleo del congreso? La ponencia de la Dra. Maila Lema ha marcado un antes y un después en mi trabajo. Me vuelvo con grandes ideas para mi investigación actual y decenas de referencias bibliográficas a las que espero hincar el diente pronto.

En cuanto a mi comunicación, de la que hablaré en la próxima entrada, se situó en un panel algo ecléctico, en el que tuve la ocasión de conocer a la futura doctora Judith Carrera y al Dr. Manuel Ramiro Valderrama, que, con su comunicación sobre el español neutro, dejaron bien claro que en la UVA se están haciendo cosas muy interesantes.

Y más allá de lo académico, estos días han sido un ejercicio de desconexión muy saludable: las risas, las cañas, los gin-tonics, el queso herreño, el mojo picón, los paseos por Las Canteras, las conversaciones sobre lo humano y lo divino hasta bien entrada la noche… Por todo ello, ya me tarda que llegue AIETI7. Con que el congreso sea la mitad de provechoso que este que acaba de concluir, el viaje a Málaga en 2015 estará más que justificado.

Historia de dos océanos

Decíamos el otro día que uno puede sentirse como el Conejo Blanco de Alicia, creyendo que, inevitablemente, llega tarde a un mercado laboral hostil y en el que, probablemente, le corten la cabeza… o, por el contrario, puede hacerlo como Gandalf y convencerse de que aparece siempre en el momento oportuno.

Allá por el año 2005, W. Chan Kim y Renée Mauborgne publicaron un libro llamado Blue Ocean Strategy en el que presentaban, de forma metafórica, dos escenarios de mercado en forma de océano, uno rojo y otro azul.

El océano rojo está lleno de sangre: la competencia es feroz. La forma de prosperar en él es ser agresivo. ¿Las consecuencias inmediatas? La bajada de precios. Y a precios más bajos, mayor carga de trabajo para el traductor que quiere mantener la facturación y menor disponibilidad de tiempo para otras cosas, como realizar labor comercial… o tener vida, más allá del portátil.

Un habitante tipo del océano rojo.

En el océano azul, las reglas del juego son distintas. La competencia es irrelevante. El profesional consigue desmarcarse del resto e imponer sus condiciones. Todo el mundo está dispuesto a pagar lo que sea por ver al Circo del Sol… pero, por mucho que nos lo vendan como «el mayor espectáculo del mundo», tal vez no nos atraiga demasiado ver al enésimo clon de Bob Esponja en un circo de pueblo.

Parece razonable… pero en ocasiones no resulta tan sencillo llevarlo a la práctica. ¿Cómo desmarcarse del resto en un mercado al que se incorporan, cada año, cientos de profesionales nuevos? Una buena forma de empezar es aprovechar aquellos talentos que no te ofrece la formación reglada. Enfocar el perfil profesional hacia las propias aficiones tiene la ventaja añadida de que te permitirán disfrutar más del trabajo.

En el mercado global pueden surgir oportunidades de negocio allá donde uno menos lo espera. Por circunstancias de la vida, tengo un bagaje que me llevó a dominar, por un lado, la lengua alemana, hasta el punto de poder ofrecer servicios lingüísticos de calidad profesional en ese idioma, y un conocimiento profundo de los textos religiosos fundacionales de la tradición judeocristiana. Allá por el año 2005, realicé mi primer encargo remunerado: una agencia italiana precisaba transcribir un manuscrito del siglo XV de origen suizo. Y tuve el privilegio de trabajar con él.

Es solo un ejemplo de cómo aprovechar la formación adquirida. Aun cuando el océano rojo sea atractivo en un primer momento, la verdadera libertad se encuentra en el azul.

Mientras no se llega hasta él, nos queda la lección de Dori: «sigue nadando».

Gandalf y el Conejo Blanco

La semana pasada estuve bootheando, que diría Clara, en un simposio apasionante sobre aceros avanzados de alta resistencia. Lo mejor de interpretar es que, a fuerza de preparar los congresos, acabas sabiendo un montón de cosas de un montón de temas. O intentándolo, al menos.

¡Bootheando!¡Bootheando!

Y acabas poniéndole cara a gente de la que solo tenías referencia de oídas. Leyendas vivas de la interpretación, ante las que solo puedes quitarte el sombrero. Y callar. Y aprender. De su buen hacer a micrófono abierto, de su experiencia. A veces, incluso, hasta empiezas a percibir a la persona que se oculta bajo la máscara de intérprete, una vez silenciado el micrófono.

Más allá de la certeza del potencial de aplicación de distintos materiales a la industria de la automoción, del evento me llevé un par de lecciones. Y al acabar la jornada, acabé reflexionando sobre lo que me ha deparado la vida en estas últimas semanas, la graduación de mis exalumnas, la coyuntura económica, lo negro que parece el panorama…

Y llegué a la conclusión de que uno puede afrontar la salida al mercado laboral de dos formas distintas: como el Conejo Blanco de Alicia, lamentándose por no poder llegar a tiempo, o como Gandalf el Gris:

Y es que los magos, señores, y con independencia del momento en que aparezcan, nunca llegan tarde. Pero, si me lo permiten, de las implicaciones de esta diferencia de actitudes hablaremos otro día.

Apología de lo inútil

Hace unos días decían en el periódico que la Tierra iba a sobrevivir a la inexorable colisión de la Vía Láctea con la galaxia de Andrómeda. Poco importa. Después de todo, dentro de 4.000 millones de años, no estaremos aquí, ni el que escribe, ni usted, que me lee. Y, posiblemente, tampoco estén los hijos de los hijos de los hijos de sus hijos. Tal vez haya acabado con nosotros y con toda la vida de este puntito, azul y pálido, —que diría Carl Sagan— perdido en medio del espacio, el impacto de algún asteroide errante o, mucho más probablemente, la mediocridad de algún iluminado de los que mueven el cotarro, y que no son, de nuevo, ni usted que me lee, ni el que escribe.

«No dejaremos huella», canta, categórico, con su argentino timbre uruguayo, Jorge Drexler. De modo que de poco vale el afán de perdurar. Toda la gloria es vana. Se acabará desvaneciendo, con toda nuestra memoria, el día que el hombre deje de ser hombre para volver a convertirse en polvo.

Hasta entonces, vamos viviendo. Y de cómo decidamos hacerlo dependerá, en última instancia, nuestra felicidad. De cómo decidamos afrontar la vida, y nada más. Al menos, así lo creo.

El viernes pasado —y ya concreto— se celebró el acto de licenciatura de la promoción 2007-2012 de la titulación de Traducción e Interpretación de mi alma máter, en la que tuve el honor y el privilegio de participar como padrino.

Al término de un evento ágil, emotivo e hilarante a partes iguales, el delegado del excelentísimo señor rector magnífico decidió, en un arranque de grandilocuencia, cerrar la liturgia con unas palabras que creyó oportunas pero fueron harto desafortunadas:

«Como decía un famoso pintor», cuyo nombre no recuerdo ahora, «lo inútil es imprescindible. Por eso, en esta época en la que se da tanto valor a la tecnología y a la técnica, tiene más mérito si cabe que os hayáis decidido, precisamente, por las Humanidades. Mucha suerte».

En este mundo que nos han construido —permítanme que yo también me aferre al manido argumento de la «herencia recibida»— y del que tan difícil es escaparse tantas veces, podrán primar ciertas tendencias, ciertos valores, ciertos credos económico-sociales. Pero las visiones dominantes no son y aunque lo pretendan, ni mucho menos, verdades absolutas e incontestables.

Cuestión aparte es ya hablar representando a la institución y sin tener la más mínima idea de la relevancia de la disciplina en la que se ha formado el auditorio al que uno se dirige. Afirmar, en pleno siglo XXI, que la Traducción y la Interpretación carecen de utilidad, no supone únicamente obviar el proceso de evolución cultural que emprendió el ser humano cuando decidió bajar de los árboles para dejar de ser mono, sino ignorar por completo los intercambios que se producen a diario en nuestra sociedad contemporánea, técnica y tecnológica.

Y yo, personalmente, y qué quieren que les diga, me siento orgulloso de haberme decantado por lo inútil.

Sobre el autor

—Me llamo Santiago y soy traductor.
—¡Hola, Santiago! —respondieron las voces.
—Ah… y, en ocasiones, oigo voces.

Antes de enfrentarme al frenesí de los plazos de entrega, a la subida de adrenalina que precede al encendido del micrófono, a la lectura voraz de fuentes bibliográficas y a la tortura de futuros miembros del gremio, estudié en la Universidad de Vigo, donde me licencié, primero, en Traducción e Interpretación y obtuve, después, mi título de máster en Traducción & Paratraducción.

Entremedias me pagaron por jugar a la consola. Y gané un BAFTA cuatro años antes que Javier Bardem.

Antes de eso, todavía, y como todo gallego que se precie, fui emigrante. Iba para científico pero, por circunstancias de la vida, me fui de casa a los 18 y acabé en Alemania, donde cambié la Física por la Metafísica y, contra toda lógica, me enamoré perdidamente de la Filosofía del Lenguaje.

¿Qué más?

Tengo unos ocho libros sobre la mesilla de noche… Suelo citar con frecuencia a Los Simpson… Mi libro favorito de la Biblia es el Eclesiastés… Escucho, casi todos los días, algún disco de Dream Theater… Me gusta pintar… Aporreo el piano… Fui actor en mis años universitarios… y de niño salí en un videoclip del Xabarín Club.

Ah, y algún día acabaré la tesis.