Todo se transforma

«Es curioso lo que sucede con el tiempo. Puede alojarse en una pequeña imagen en una cantidad desorbitada. Y esa imagen, a su vez, puede mantenerse oculta por décadas en un pliegue minúsculo de la memoria, sin dar señales de vida. Un buen día, algo la reaviva, la desencadena, y toda su carga acumulada se libera arrastrando con ella la propia biografía y un sinnúmero de fragmentos de historia y de poesía de cuya existencia no se tenían más que noticias vagas, que empiezan a importunar y a requerir atención hasta imponerse completamente».

La cita no es mía. Más quisiera. Es de JL Pardo, en su muy recomendable Esto no es música: introducción al malestar en la cultura de masas. Pero me viene al pelo —al poco que me queda— para ilustrar esta entrada.

No puedo sino dar gracias a mis padres por haberme criado entre libros. Fue cuestión de tiempo que aprendiera a usarlos, primero, y a devorarlos, después. En la biblioteca familiar conocí a Mafalda y, de ella, una noche calurosa e insomne de verano, aprendí una palabra:

¡Alfeñique!¡Un alfeñique!

Ahí se quedó la tira, la tira de tiempo, hasta que, el otro día, en pleno frenesí traductoril, me acordé de ese dibujo nacido de la pluma de Quino hace casi 50 años. Y lo que Joaquín Lavado me dio hace más de dos décadas se coló, casi sin querer pero de un modo inexorable, en el diálogo de un videojuego que estaba traduciendo.

¿Quién sabe? Tal vez sea mi texto el que reavive, caprichoso, en el futuro, otros recuerdos ocultos en la memoria de aquellos que lo jueguen dentro de unos meses.