La palabra, al igual que el trazo del lápiz sobre el papel, nos permite delimitar porciones del universo para que lo aprehendamos, lo procesemos, lo hagamos indeleblemente nuestro. La huella que dejan uno y otro en la memoria y el papel nos ayudan a ir tejiendo la ficción necesaria que llamamos historia.
José María Picón, que ya nos había interpelado en otras obras desde la seguridad que ofrecen la tecnología y el tacto metálico y gomoso de la cámara y el ratón del ordenador, se abandona hoy en manos del lápiz, del pincel, del plumín; herramientas, tal vez, más rudimentarias, que lo obligan, a su vez, a desnudarse y revelarse en la pureza del trazo.
Trazo que remite necesariamente a otro anterior. El del artista es ágil, vivo, casi violento. Y lo emplea para acercarse, en un universo siempre teñido en rojo y negro, al estudio de la forma femenina, que surge como por ensalmo de la infinitud del blanco circundante.
La valentía de Picón no acaba ahí: recurrir a la lengua alemana, en estos tiempos de alarmante germanofobia, para dar nombre a tu obra, es, sin duda, una muestra de audacia.
Y es que en Die Form resuenan, detrás de la tinta, los ecos expresionistas que fluyeron desde la Dresde de Mueller a la Viena de Schiele, y contribuyen a ubicarla.
Como revisión expresionista de la Pasión que nos presentó en Morbido sensu hace dos años o de su orografía femenina en DessertStorm, hace unos meses.
Como reinterpretación pop de las pinturas del KG Brücke.
Como traducción, al fin y al cabo. Un arte, que, para Benjamin, otro alemán, también era una forma.
Die Form se expone en Etnika’s (Orillamar 24, A Coruña) desde el 14 de mayo hasta finales de mes.