Antropofagia y product placement

Hablemos de semiótica, que ya va tocando.

En esta época nuestra, en que las fronteras entre la obra de arte y el producto de consumo se diluyen, las primeras deben, tantas veces, buscar el sustento de los patrocinadores para garantizar su mera supervivencia.

Y el mecenazgo puede adoptar infinidad de formas, más o menos sutiles: de los bloques de anuncios que interrumpen las emisiones televisivas a las menciones directas de los productos, como en Médico de Familia o El Show de Truman, o indirectas, como ha venido haciendo Cuatro, por ejemplo, en los últimos tiempos,  pasando por los patrocinios de las emisiones deportivas, entre otras, presentes, incluso, en una cadena de televisión pública como La 1 que, supuestamente, está libre de publicidad.

Decía Oswald de Andrade, allá por 1928, que solo la antropofagia nos une. El fin último del rito antropofágico en las tribus meso y sudamericanas era la apropiación, tanto simbólica como corpórea, de las mejores cualidades del enemigo.

Así, el último ejemplo de emplazamiento publicitario con el que me he topado lo encontré en lo que podríamos denominar un ejercicio de metaantropofagia. Hoy se estrena en Vigo Galicia Caníbal, un musical producido por Antón Reixa, ex de Os Resentidos, inspirado en la movida viguesa de los 80.

Este es su logotipo:

Canibalismo en estado puro.

Yo, no sé ustedes, pero solo de verlo me dan ganas de beber cerveza. Y es que, después de todo, y como ya cantaban en Carrusel Deportivo, quién sabe si profetizando la simbiosis, Estrella Galicia es «una cerveza de carallo».

Historia de dos océanos

Decíamos el otro día que uno puede sentirse como el Conejo Blanco de Alicia, creyendo que, inevitablemente, llega tarde a un mercado laboral hostil y en el que, probablemente, le corten la cabeza… o, por el contrario, puede hacerlo como Gandalf y convencerse de que aparece siempre en el momento oportuno.

Allá por el año 2005, W. Chan Kim y Renée Mauborgne publicaron un libro llamado Blue Ocean Strategy en el que presentaban, de forma metafórica, dos escenarios de mercado en forma de océano, uno rojo y otro azul.

El océano rojo está lleno de sangre: la competencia es feroz. La forma de prosperar en él es ser agresivo. ¿Las consecuencias inmediatas? La bajada de precios. Y a precios más bajos, mayor carga de trabajo para el traductor que quiere mantener la facturación y menor disponibilidad de tiempo para otras cosas, como realizar labor comercial… o tener vida, más allá del portátil.

Un habitante tipo del océano rojo.

En el océano azul, las reglas del juego son distintas. La competencia es irrelevante. El profesional consigue desmarcarse del resto e imponer sus condiciones. Todo el mundo está dispuesto a pagar lo que sea por ver al Circo del Sol… pero, por mucho que nos lo vendan como «el mayor espectáculo del mundo», tal vez no nos atraiga demasiado ver al enésimo clon de Bob Esponja en un circo de pueblo.

Parece razonable… pero en ocasiones no resulta tan sencillo llevarlo a la práctica. ¿Cómo desmarcarse del resto en un mercado al que se incorporan, cada año, cientos de profesionales nuevos? Una buena forma de empezar es aprovechar aquellos talentos que no te ofrece la formación reglada. Enfocar el perfil profesional hacia las propias aficiones tiene la ventaja añadida de que te permitirán disfrutar más del trabajo.

En el mercado global pueden surgir oportunidades de negocio allá donde uno menos lo espera. Por circunstancias de la vida, tengo un bagaje que me llevó a dominar, por un lado, la lengua alemana, hasta el punto de poder ofrecer servicios lingüísticos de calidad profesional en ese idioma, y un conocimiento profundo de los textos religiosos fundacionales de la tradición judeocristiana. Allá por el año 2005, realicé mi primer encargo remunerado: una agencia italiana precisaba transcribir un manuscrito del siglo XV de origen suizo. Y tuve el privilegio de trabajar con él.

Es solo un ejemplo de cómo aprovechar la formación adquirida. Aun cuando el océano rojo sea atractivo en un primer momento, la verdadera libertad se encuentra en el azul.

Mientras no se llega hasta él, nos queda la lección de Dori: «sigue nadando».