La semana pasada estuve bootheando, que diría Clara, en un simposio apasionante sobre aceros avanzados de alta resistencia. Lo mejor de interpretar es que, a fuerza de preparar los congresos, acabas sabiendo un montón de cosas de un montón de temas. O intentándolo, al menos.
Y acabas poniéndole cara a gente de la que solo tenías referencia de oídas. Leyendas vivas de la interpretación, ante las que solo puedes quitarte el sombrero. Y callar. Y aprender. De su buen hacer a micrófono abierto, de su experiencia. A veces, incluso, hasta empiezas a percibir a la persona que se oculta bajo la máscara de intérprete, una vez silenciado el micrófono.
Más allá de la certeza del potencial de aplicación de distintos materiales a la industria de la automoción, del evento me llevé un par de lecciones. Y al acabar la jornada, acabé reflexionando sobre lo que me ha deparado la vida en estas últimas semanas, la graduación de mis exalumnas, la coyuntura económica, lo negro que parece el panorama…
Y llegué a la conclusión de que uno puede afrontar la salida al mercado laboral de dos formas distintas: como el Conejo Blanco de Alicia, lamentándose por no poder llegar a tiempo, o como Gandalf el Gris:
Y es que los magos, señores, y con independencia del momento en que aparezcan, nunca llegan tarde. Pero, si me lo permiten, de las implicaciones de esta diferencia de actitudes hablaremos otro día.